Es ampliamente conocido un proverbio bíblico que señala que cuando no hay visión, el pueblo se extravía; resultado que se puede aplicar tanto a nivel personal como a una Nación entera.
Una visión no es otra cosa que el sentido de un logro concreto que busca ser alcanzado, es una mirada al futuro con sentido de mejoría personal y si pensamos a nivel colectivo, con la mirada puesta en el desarrollo compartido. Esto implica decisiones presentes y que nuestras acciones y la administración de nuestros recursos sean guiadas por esta visión.
Esta visión es precisamente de lo que ha carecido el Perú durante las épocas de mayor bonanza económica. Si nos situamos, por ejemplo, en el 2019, el último año previo a la pandemia, podríamos concluir que el Perú en el siglo XXI vio crecer el producto bruto interno desde 87,000 millones de dólares en el 2000 a 215,000 millones de dólares en el 2019, es decir, durante los últimos casi 20 años sin considerar la pandemia que afectó al mundo, el Perú vio crecer su economía en casi 150%.
El PBI genera recursos fiscales que el Estado asigna vía el Presupuesto General de la Republica a diferentes partidas; la recaudación fiscal en la última década ha tenido crecimientos significativos llegando a experimentar verdaderos booms fiscales en los últimos 10 años. Para graficar lo dicho basta con mencionar que nuestros ingresos fiscales totales en el 2009 ascendieron a S/.54,031 millones, 10 años después estos alcanzaron los S/.110,762 millones, es decir, un crecimiento de 105% durante 10 años.
Durante el 2021 la recaudación total ascendió a S/139,917 millones, estableciéndose un récord en el indicador de presión tributaria (16% del PBI). Este boom fiscal es sustentado en una proporción importante en la recaudación proporcionada por actividades como la Minería (16% de la recaudación) dadas los repuntes en precios internacionales de los minerales, según SUNAT se espera que el 2022 se alcance un nuevo récord de recaudación por un total de S/154,256 millones.
Hoy el crecimiento económico está debilitado y la ralentización de la economía es cada vez más notoria, existen diferentes explicaciones al respecto, pero lo claro es que la fortaleza macroeconómica conseguida gracias a una institución sólida como el BCR no dará mayor rendimiento a nuestra economía mientras tengamos niveles crecientes de corrupción y una cada vez más decreciente calidad en la gestión pública e institucionalidad.
Mientras estuvimos gozando de crecimientos económicos constantes y una recaudación fiscal boyante, a pocos les preocupó un verdadero fortalecimiento de nuestras instituciones, desde el poder nuestras instituciones fueron cada vez más desvirtuadas para fines políticos, los recursos fiscales se malgastaron y tuvimos un estado disfuncional con excesiva capacidad y poca eficacia para trasladar los recursos presupuestales a soluciones concretas para problemas prioritarios. Nos conformamos además a un PBI dependiente de la evolución de factores externos (precio internacional de minerales, energía importada, crecimiento de nuestros socios comerciales).
No se trabajó pues en generar una mayor diversificación productiva (nuestro PBI se sustenta apenas en un 30% en exportaciones y a su vez estas exportaciones concentradas en Minería y Agro), al estado no le preocupó elevar la competitividad de nuestro país como asunto de agenda nacional, por el contrario, la última década el estado hizo prevalecer agenda ideológicas que no proporcionan ningún impacto real y menos solución a los problemas comunes que afligen a todos los peruanos.
Hoy, nos damos cuenta de que, si bien el BCR es un ejemplo de institucionalidad, esto por sí solo no basta, podemos observar el fracaso institucional evidente e inaceptable, la pandemia es una excusa perfecta para defender el fracaso de nuestros gobernantes, pero observemos 2019, durante el gobierno de Martin Vizcarra. Así, la inversión pública cayó en el 2019 -1.5%, el Estado no tenía respuesta a problemas elementales como el de la anemia infantil que a nivel rural afligía al 50% de nuestros niños, la situación solo se agravo con la lamentable gestión de la pandemia.
Hemos asistido a una descomposición del sistema de valores sociales, vivimos muchos años con tolerancia a la transgresión de nuestras autoridades sobre principios éticos elementales. El caso #Vacunagate gráfica claramente esta pérdida del sentido de la moralidad y compromiso con la Nación.
Perdimos la visión de ser una nación con honor y estamos pagando un alto precio por ello.
Las últimas encuestas sobre la percepción de los principales problemas del país realizada por Activa Perú nos muestra que los problemas que más afligen a los peruanos son:
Casi todos estos problemas se relacionan con la falta de institucionalidad, pero también con la carencia de valores elementales.
La falta de visión nos ha hecho transitar por años de crecimiento económico pero sin producir desarrollo y competitividad. Nuestra economía soportada en el esfuerzo y emprendimiento de los peruanos, logro los recursos fiscales necesarios para avanzar en un camino de desarrollo real, sin embargo, la falta de visión nos alejó de ser un país competitivo, para ampliar nuestra estructura productiva y supera las brechas sociales y de infraestructura.
Por citar un ejemplo, el último ranking de competitividad Mundial elaborado por el Institute of Mangement Development (IMD) de Suiza ubica al Perú en el puesto 60 de 64 países en desarrollo de infraestructura, la pregunta que cabe es: ¿Cuáles fueron las prioridades al administrar los crecientes recursos fiscales los últimos 20 años?
El Perú aún tiene oportunidad, debemos recuperar la visión de ser un país con Honor, un país de valores. Nuestras decisiones futuras deben girar en torno a esta visión, debemos renunciar al populismo político pero también personal. Es decir, renunciar a la idea de pensar en la inmediatez y las decisiones facilistas de corto plazo que terminan por bloquear las posibilidades futuras de desarrollo y competitividad; debemos mirar a nuestro país como nuestra casa y la de nuestros hijos.